Todo comenzó con la apertura del expediente de cada paciente previo a la evaluación médica integral. Fotografía: Carlos Rueda.
Rebeldía de los familiares de los pacientes, que viajaron desde todos los rincones del país para acudir al programa quirúrgico en el Hospital General San Felipe de la capital hondureña. Llegaron desde Copán, desde Atlántida, desde Intibucá, desde Olancho, con la misma esperanza y sin reparos ante el esfuerzo que implicó el traslado.
Y rebeldía de los Acompañantes de Pacientes, esos voluntarios que no quieren que prosiga el sufrimiento de los pacientes y sus familias, que donan su tiempo y habilidades para acercarlos a una clínica de Operación Sonrisa Honduras.
Rebeldía para poder sonreír, para generar nuevas sonrisas en los pacientes. Y si 61 nuevas sonrisas fueron creadas en la sala de operaciones, otras, incontables, reaparecieron en los familiares, que las recuperaron luego de meses de angustia y dolor por más que en muchos casos Operation Smile los acompañó desde los primeros días de vida de su hija, hijo, sobrina o sobrino o pariente.
Y de eso se trató básicamente el programa quirúrgico en el hospital San Felipe, edifico histórico e icónico de la capital que volvió a albergar el trabajo de Operación Sonrisa Honduras una vez que pasó lo peor de la pandemia de COVID-19.
Jorge, der,, es un Acompañante de Pacientes. Recorre la zona en la que vive para difundir el trabajo de Operación Sonrisa Honduras y detectar posibles pacientes. Fotografía: Carlos Rueda.
El programa se realizó en homenaje a Gabriel Armijo, otro rebelde que durante 14 años colaboró con la fundación local en su capacidad de biomédico y en su más importante capacidad de transmitir alegría a los pacientes y demás voluntarios. Murió demasiado temprano, a los 44 años; ahora será su ejemplo el que perdure en el tiempo.
Justamente el tiempo parecía detenerse en el preoperatorio del hospital. Los pacientes y sus familiares esperaron durante horas el turno de la cirugía, impulsados por el gran motor que es la esperanza y la confianza en Operation Smile.
“Yo lo que quiero es que mi hijo pueda decir Papá correctamente”, dijo Erlin al tiempo que Alex Gabriel jugaba en un área infantil del hospital. Caía la tarde en Tegucigalpa y aumentaba la ansiedad en el preoperatorio. Alex Gabriel estaba agendado para su cirugía gratuita y segura al día siguiente.
Pero antes de llegar al preoperatorio los pacientes debieron pasar por todo el proceso de documentación y de la evaluación médica integral.
Ana, izq. intensivista pediátrica de Brasil dialoga con la madre de un paciente. Fotografía: Carlos Rueda.
Sentados bajo una carpa en una agradable mañana de Tegucigalpa, los pacientes con sus madres –en su mayoría siempre están acompañados por sus madres- esperaban a ser llamados para iniciar el proceso.
Entre decenas de personas estaba Emanuel, de 3 años, inquieto y, por qué no, un poco aburrido de la espera, sin entender mucho de qué se trataba todo.
Su semblante cambió cuando un voluntario le ayudó a armar un avión de papel con una hoja un poco arrugada que había conseguido quién sabe dónde.
Ese pequeño avión que se arrugaba con cada caída ‘voló’ junto a Emanuel durante buena parte del proceso de evaluación. Lo acompañó en primer lugar cuando se abrió su expediente, otro papel, o conjunto de papeles, que lo acompañó desde el primer día hasta el último en el programa y luego fue archivado en la clínica para referencia médica.
Si bien el expediente de Emanuel recorrió todo el proceso, el avión no tuvo la misma suerte. Voló hasta fotografía -donde se toman las imágenes médicas- donde Emanuel vio a la distancia unos globos y su interés cambió radicalmente.
El avioncito, los globos y demás artículos son parte de una estrategia que utilizan los voluntarios para mantener a los pacientes entretenidos mientras pasan por enfermería, cirugía, terapia del lenguaje, anestesia, odontología y psicología.
En cada etapa tomaron contacto con especialistas locales e internacionales que les realizaron todo tipo de estudios para decidir si estaban aptos para hacer frente a una cirugía.
Fue allí donde conocieron por primera vez al personal de enfermería proveniente de Suecia, Estados Unidos y Honduras. Anestesiólogos que llegaron desde Paraguay, Estados Unidos y residentes locales. Cirujanos de Estados Unidos, Paraguay, Ecuador y sus pares hondureños.
El esfuerzo de todos ese día fue titánico. El transcurrir de las horas, las risas, lo llantos, la angustia, la felicidad, todo hizo mella en las energías de los participantes. Pero entre tanto bullicio y cansancio no se escuchó una sola queja.
Los familiares volvieron a sonreír en la sala de recuperación. Fotografía: Carlos Rueda.
Los agendados para cirugía llegaron horas o días después a la sala preoperatoria. Allí pudieron albergarse la noche anterior a la intervención y esperar luego hasta que fueron llamados en pequeños grupos hacia la sala de operaciones.
Los esperaban tres mesas con otros tantos cirujanos. Antes de llegar al quirófano visitaron la sala denominada “Child Life”, donde por medio de juegos y otras terapias se intenta mostrarle al paciente lo que le espera en la operación. Así, una máscara de anestesia se transforma en un inesperado juguete. La idea es que nada los sorprenda al entrar a una de por sí poco acogedora sala esterilizada poblada de instrumentos y personas con largas batas.
Una escena conmovedora se produjo horas antes en el preoperatorio cuando las madres, padres o familiares acicalaron a los pequeños antes de la cirugía. Un hombre, con la vida de un campesino marcada en su rostro, que viajó durante horas con un sobrino para que fuera finalmente operado, se tomó todo el tiempo del mundo para colocarle la bata correspondiente y sobre todo para peinarlo. Mojó su cabello y luego pasó el peine en innumerables oportunidades hasta que consideró que el pelo estaba en su lugar correcto.
Una escena cotidiana en cualquier otro contexto se transformó en la demostración de amor más poderosa que se puede brindar.
“Mamá quiero comida”, se escuchó desde una de las camas. Un pedido reiterado durante las necesarias horas de ayuno previo a la cirugía. Difícil explicar eso a un bebé que apenas habla o a un niño cansado de jugar un buen rato en un columpio. Otra vez, debió aflorar la rebeldía y la esperanza para sostener la situación.
Fotografía: Carlos Rueda.
Y como si fuera poco, los familiares tienen que separarse de sus pequeños antes de ingresar al quirófano. El acto de fe más grande que puede recibir una organización como Operation Smile.
Esperaron en los pasillos del hospital San Felipe hasta que fueron llamados a la sala de recuperación. Allí vieron por primera vez a sus seres queridos con su nueva sonrisa y más amplia fue la de ellos al constatarlo.
Erlin, el padre que esperaba por su hijo Alex Gabriel, ingresó a la sala de recuperación y luego fue llevado en silla de ruedas con su hijo en brazos hasta la sala de posoperatorio.
Era otro universo respecto al preoperatorio. Un oasis de tranquilidad, un espacio para que familiares y pacientes agotados pudieran descansar luego de una larga jornada marcada por la ansiedad y los nervios.
Allí pasaron la primera noche del resto de sus vidas. Erlin se fue al albergue que provee Operación Sonrisa Honduras a descansar y la madre de Alex Gabriel se quedó con él en el hospital.
Erlin, cansado, seguramente no soñó nada, y si lo hizo debe haber sido algo nuevo, porque el sueño de que su hijo le diga ‘Papá’ correctamente se cumpliría en breve.