Claudia, Josué, Adriana y Gladys caminaban a paso lento pero seguro por los abiertos y oscuros pasillos del Hospital San Felipe. Salvo algún foco ocasional, la única luminosidad provenía del piso damero, característica de sus amplias galerías ventiladas, con cielorraso y columnas pintadas color crema, y marrón en su base. La oscuridad apenas dejaba entrever los árboles que pueblan cada patio.
Había caído una noche agradable en Tegucigalpa, Honduras, y los cuatro jóvenes enfermeros se disponían a iniciar el primer turno nocturno previo a las cirugías.
Claudia Padilla, una enfermera voluntaria local estimó junto a sus colegas que se esperaba una noche más tranquila. Según explicó, al no haber posoperatorio todavía, los cuatro pasarían su primera noche en la sala preoperatoria.
Dicha sala, de paredes rematadas en violeta con motivos infantiles en donde se destacaba una imagen de “El principito” de Antoine de Saint-Exupery, era un amplio salón con 12 camas y cunas.
También funcionó como albergue para los pacientes que serían operados por los voluntarios de Operation Smile. Allí pasaron la noche anterior a la cirugía. Y en cada noche, durante una semana, allí estuvieron en algún momento Claudia, Josué, Adriana y Gladys.
El programa internacional evaluó a 114 pacientes y ofreció 61 cirugías. Fotografía: Carlos Rueda.
De hecho, su primer turno en el programa quirúrgico de Operación Sonrisa Honduras había comenzado un poco antes, en las reuniones por especialidad que se realizaron en un hotel cercano.
Allí los cuatro coordinaron diversos aspectos de su trabajo y la comunicación con los demás equipos. Un programa quirúrgico de Operation Smile es en realidad una compleja suma de engranajes, que deben estar aceitados y en sintonía cuando llegan las jornadas de cirugía.
También revisaron sus equipos. Claudia no dejó detalle al azar. Trajo consigo incluso una serie de lápices y lapiceros, que, como no podía ser de otra forma, guardaba dentro de un gorro de enfermera.
Los lapiceros eran importantes para la mexicana Adriana Porraz. Inmersa en la enfermería desde hace 12 años, lleva poco más de uno con Operation Smile. Y estaba tan preocupada por tener los documentos en orden como que todos sean rellenados en un mismo color, de preferencia el azul o el negro.
Josué Hernández estuvo de acuerdo. De ademán serio, este enfermero profesional hondureño que iba por su tercer programa con Operation Smile, se aseguró de traer su té. Salvo el verde, cualquier tipo de hoja es de su agrado.
Tanto Claudia, Adriana y Josué acordaron un régimen de alimentación similar. Comer no es algo fácil de hacer cuando se está de turno en un hospital, en particular si se trata de una noche agitada. Optaron por hacerlo antes y después de su jornada de trabajo.
La que marcó la diferencia fue Gladys Boltron, californiana de ascendencia filipina, que comenzó a colaborar con Operation Smile hace cinco años, en un programa quirúrgico en Jordania. Ella prefirió que le llevaran la cena durante su turno.
Josué cumplió su tercer programa quirúrgico con Operación Sonrisa Honduras. Fotografía: Operation Smile.
Luego de recorrer los pasillos del hospital, que a esa hora eran transitados únicamente por gatos, y ya en la sala preoperatoria, los cuatro comenzaron a realizar sus tareas. Fueron horas de tomar signos vitales a los pacientes, distribuir mantas o indicar a los familiares las medidas de ayuno necesarias antes de toda cirugía.
Adriana, que en México trabaja en sala de emergencias, una función que disfruta y le ha permitido ver de todo como ella asegura, no ocultó su emoción al iniciar su trabajo en la sala. Saber que un paciente verá su vida transformada es todo para ella.
Para Josué no hay discusión posible. El trabajo de Operation Smile, y en este caso de Operación Sonrisa Honduras, dejará cambios permanentes en los niños, jóvenes y adultos que se operaron, en beneficio de cada uno de ellos.
En algún momento de calma aprovecharon para beber algo o descansar en una camilla que parecía ser del mismo año de inauguración del hospital general en la nueva localidad, 1926, cuando adoptó el nombre de San Felipe.
Avanzaba la noche y los pacientes, los más pequeños, comenzaban a caer dormidos. Sus madres y padres los arropaban, los abrazaban, aprovechaban para darse un respiro. Todo transcurría en calma y tranquilidad. Ideal para Josué y Claudia, que después de una noche a la orden les esperaban ocho horas de trabajo adicional en otras clínicas.
El personal de la noche fue relevado por el diurno en el inicio de cada día de cirugías. Fotografía: Carlos Rueda.
A medida que el sol comenzaba a elevarse sobre las colinas que rodean Tegucigalpa también crecía la ansiedad en la sala preoperatoria. No se necesitó mucho para que la atmósfera de tranquilidad y paz de la noche dejara lugar a la ansiedad.
El ambiente se volvió eléctrico. Un hervidero de preparativos; el ingreso del personal de enfermería del día; de los especialistas; de los proveedores. La anticipación y los nervios, que llegan a su apogeo cuando un niño ingresa al quirófano y desembocan en el oasis de la sala posoperatoria, ya se hacían sentir.
En la noche siguiente fue en esa sala posoperatoria donde los pacientes descansaron junto a Gladys y Josué. El equipo se dividió, Adriana y Claudia permanecieron en la sala de preoperatorio. Fueron alternándose entre salas durante el resto de la semana.
Entrada la mañana de la primera jornada de cirugías los cuatro entregaron la documentación a sus colegas del día y partieron rumbo a sus trabajos o al hotel, con un mismo deseo: dormir. Si puedes (y en el momento en que puedas), ayúdanos a cumplir nuestra promesa de cuidar a los niños y generar esperanza.